La decadencia tiene fin


La decadencia llama a la decadencia. La atrae. Es así. Porque el aspecto de las cosas es importante para el respeto que se tiene de ellas. Guadix es vivo ejemplo, en sus calles, plazas y parques de la relación que se genera entre el espacio y los viandantes. Pongamos por caso la acera del parque: cuando se remodeló se ensancharon las aceras, se pusieron jardines y se adecuó una zona que era de mero tránsito. Hoy posiblemente sea uno de los núcleos por donde más personas pasan a lo largo del día. Se hizo una inversión de mobiliario urbano entre bancos, farolas y papeleras (más de una docena) para disfrute de las personas, para todas, y especialmente de aquellas que lo consideran un lugar de encuentro y recreo. Normalmente suele encontrarse limpio. A excepción de los excrementos de pájaros que es necesario sanear de forma profesional puntualmente, y algún bache que también precisa de arreglo. La arboleda en verano genera una sensación térmica agradable. El paisaje, con la vista de la catedral y la fuente de la rotonda, enriquecen visualmente el entorno, además de los servicios próximos con los que cuenta de parada de bus urbano y comercios cercanos (prensa, panadería, lotería, churros, bancos, farmacia, kioscos) que influyen en el tiempo de estancia de quienes se sientan a charlar con conocidos, leer el periódico, pasear sin peligro de atropellos (de vehículos al menos) o simplemente a descansar y disfrutar ese proyecto ciudadano común. 

Por otra parte, pasando la baranda nos encontramos con el parque, cuyas fuentes no funcionan y la  vegetación suele tener un aspecto de semiabandono. Cuando hace viento, se ha de clausurar por el peligro previsible que se genera. La falta de luminosidad interna (no necesariamente por la escasez de farolas, sino por su ubicación próxima a las copas de los árboles) es propicia para que se conformen tanto en el paseo del río como en el interior actividades que generan inseguridad en el viandante. Donde había una sala de exposiciones ahora es el cuarto de la limpieza; los parques con columpios y toboganes no tienen una limpieza adecuada al uso infantil que se le da, además de su colocación en pleno sol los convierte en una sartén imposible. El estanque seco sin patos y sin reemplazo de actividad también implica un secuestro del espacio público, como la baja acción e implicación para desarrollar actividades que se llevan a cabo en otras ciudades. Con todo y con eso, la población sigue pasando por él, sentándose en sus bancos y jugando, pues se niegan, aunque tenga el peor de los aspectos, a privarse de un espacio que es de todos. Nos hemos acostumbrado a la ruina. 

En algunos momentos del calendario, estacionalmente, se instalan mercadillos medievales, se realizan conciertos o se hacen actividades deportivas y para niños (especialmente en la feria), pero el resto del año, el parque municipal, capitaneado por la estatua de Pedro Antonio de Alarcón, suele rozar la miseria. Y todo ello se extrapola a los problemas cotidianos de incivismo que la ciudad sufre: excrementos de perro, pinturas vandálicas, rotura o robo de material o mobiliario público. Guadix no es la única que lo sufre, pues la convivencia de cualquier comunidad siempre implica esta tensión. Las personas sabemos que tirar un papel al suelo está mal. Dejar los residuos de animales en mitad de la calle no es lo correcto, ni romper o vandalizar un banco o una señal. Eso es claro. Se puede entender el hartazgo de una corporación que ve cómo la economía se diluye en reparaciones o arreglos, pero ha de ser así, porque todos los contribuyentes esperan la mejor gestión de una ciudad, y su mantenimiento es esencial. 

La mejor campaña de sensibilización es el ejemplo. Ejemplo de todos por contribuir en hacer de Guadix una ciudad cuyas calles, plazas y parques estén siempre en las mejores condiciones. Porque esa filosofía de entender el espacio común anima a desbloquear la inercia de abandono y a construir  ese proyecto anhelado por todos de una casa conjunta de la que estar orgullosos, más allá de sus monumentos y sus tradiciones, sino de su día a día. El peatón del siglo XXI no tiene que adiestrarse al furor y densidad del tráfico, sino que reclama que las calles, especialmente aquellas que sean comerciales o históricas, puedan, al igual que la acera del parque, pasar de ser una fila y delgada acera custodiada por coches aparcados, a un espacio donde la vida común tenga su estancia. Será entonces cuando la ciudad encuentre el despegue que merece, dejando atrás muchos problemas que hoy nos afectan por vivir donde vivimos: enjaulados en pitidos de coches, mierdas de perro y Virtu por los cuatro costados. 


Fran Ibáñez 

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